Ejemplos de Cuentos Fantásticos

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Última modificación por: Redacción ejemplosde.com, año 2021

Los cuentos fantásticos son aquellas narraciones o textos literarios que nacieron en Alemania entre los siglos XVIII y XIX. El cuento fantástico es un texto que tiene una visión imaginaria de la realidad. Entonces, a este tipo de cuentos se les puede considerar que son textos escritos en prosa que mezcla elementos sobrenaturales, extraños e inexplicables con elementos reales.

Características de los cuentos fantásticos 

  • Mezcla elementos del mundo real que conocemos y los que provienen del pensamiento, las ideas. 
  • El cuento fantástico se trata de los elementos sobrenaturales que llegan a ocurrir en el mundo real o cotidiano en el que habitamos, y esos sucesos nos sorprenden y tratamos de darles una explicación más o menos racional o lógica, pero siempre existe lo sobrenatural. 
  • El final de la mayoría de los cuentos fantásticos puede ser abierto, es decir, no podemos saber qué pasó realmente y el conflicto principal no siempre llega a resolverse. 
  • Se privilegia la atmósfera y el espacio. El lugar, el ambiente y la atmósfera condicionan los sucesos del cuento.

Tipos de cuentos fantásticos: 

  • Cuentos fantásticos escritos desde el siglo XVIII. Estos nacen con la novela gótica y el Romanticismo. Los elementos que presentan son, por lo general, la muerte, el horror, lo sobrenatural, etc. 
  • Cuentos fantásticos infantiles. Se les da este nombre a aquellos cuentos que también presentan sucesos sobrenaturales y reales mezclados, además, de que sus personajes son brujas, magos, fantasmas, etc. Estos cuentos no siempre deben ser de terror ni alegres.

10 Ejemplos de cuentos fantásticos 

El cuento fantástico es un texto que tiene una visión imaginaria de la realidad.

  1. Fragmento del cuento “Los años de madurez” de Henry James:

“Ese día de abril era agradable y despejado, y el pobre Dencombe, feliz con la presunción de haber recuperado la energía, se encontraba de pie en el jardín del hotel, comparando, con una deliberación en la que sin embargo aún flotaba cierta languidez, los atractivos de las caminatas más cómodas. Le gustaba la sensación del sur en tanto pudiera experimentarla en el norte, le gustaban los acantilados de arena y los pinos arracimados, le gustaba incluso el mar incoloro. “Bournemouth, centro de salud” le había sonado como simple propaganda, pero se sentía ahora agradecido con las comodidades ordinarias. El amigable cartero rural, al pasar por el jardín, le acababa de entregar un paquete pequeño que decidió llevar consigo, abandonando el hotel hacia la derecha y avanzando con paso lento hacia una banca que conocía, un nicho seguro en el acantilado. El nicho miraba hacia el sur, hacia las teñidas paredes de la isla, y por detrás quedaba protegido por el declive ondulado de la pendiente. Estaba ya bastante agotado cuando llegó y por un momento se sintió decepcionado; se sentía mejor, por supuesto, pero, después de todo, ¿mejor que qué? Nunca volvería a ser, como en uno o dos grandes momentos del pasado, mejor de lo que era…”

  1. Fragmento del cuento “La ventana abierta” de Saki:

“–Mi tía bajará en un momento, Sr. Nuttel –anunció una imperturbable jovencita de quince años–; mientras tanto usted deberá tratar de conformarse conmigo.

 Framton Nuttel se esforzó por decir la cosa correcta que halagara de manera apropiada a la sobrina presente sin que por eso desairara indebidamente a la tía por llegar. Ahora más que nunca dudaba en secreto si todas estas visitas formales a una serie de completos desconocidos iban a contribuir en algo con la cura nerviosa que se suponía estar sobrellevando.

–Ya sé cómo va a ser –había afirmado su hermana cuando él se preparaba para salir hacia su retiro rural–. Te recluirás allá y no hablarás con ningún alma viviente, y tus nervios estarán peor que nunca por el desánimo. Debería darte cartas de presentación para toda la gente que conozco allá. Algunos, hasta donde puedo recordar, eran bastante agradables.

Framton se preguntaba si la señora Sappleton, la dama a quien se encontraba presentándole una de las cartas, formaba parte de ese agradable grupo. – ¿Conoce a mucha de gente de por aquí? –preguntó la sobrina, cuando juzgó que ya habían tenido suficiente comunión silenciosa entre los dos.

–A casi nadie –contestó Framton–. Mi hermana estuvo aquí, en la casa parroquial, sabe, hace unos cuatro años, y me entregó cartas de presentación para alguna de la gente de acá. Pronunció la última frase con un evidente tono de lamento.

–Entonces, ¿prácticamente no sabe nada sobre mi tía? –insistió la imperturbable jovencita.

–Sólo el nombre y la dirección –admitió el visitante. Se preguntaba si la señora Sappleton estaría casada o viuda. Algo indefinible acerca de la habitación parecía sugerir la presencia masculina.

–La gran tragedia le sucedió hace apenas tres años –dijo la muchacha–. Debió haber sido después de la época de su hermana.

–¿La tragedia? –preguntó Framton; de alguna forma, en este apacible rincón rural las tragedias parecían fuera de lugar.

–Tal vez usted se preguntará por qué mantenemos esa ventana completamente abierta en una tarde de octubre –dijo la sobrina, señalando una puertaventana grande que daba hacia un jardín.

–Hace bastante calor para esta época del año –afirmó Framton– pero, ¿tiene algo que ver esa ventana con la tragedia?” 

  1. Fragmento del cuento “Historia de fantasmas” de Hoffman:

 

“Pronto me sobrepuse a esta sensación de terror, y como pudiese entablar conversación con esta muchacha tan reservada, llegué a la conclusión de que lo raro y lo fantasmagórico de su figura sólo residía en su aspecto, que no dejaba traslucir lo más mínimo de su interior. De lo poco que habló la joven se dejaba traslucir una dulce feminidad, un gran sentido común y un carácter amable. No había huella de tensión alguna, así como la sonrisa dolorosa y la mirada empañada de lágrimas no eran síntoma de ninguna enfermedad física que pudiera influir en el carácter de esta delicada criatura.

Me resultó muy chocante que toda la familia, incluso la vieja francesa, parecían inquietarse en cuanto la joven hablaba con alguien, y trataban de interrumpir la conversación, y, a veces, de manera muy forzada. Lo más raro era que, en cuanto daban las ocho de la noche, la joven primero era advertida por la francesa y luego por su madre, por su hermana y por su padre, para que se retirase a su habitación, igual que se envía a un niño a la cama, para que no se canse, deseándole que duerma bien.         La francesa la acompañaba, de modo que ambas nunca estaban a la cena que se servía a las nueve en punto.

La Coronela, dándose cuenta de mi asombro, se anticipó a mis preguntas, advirtiéndome que Adelgunda estaba delicada, y que sobre todo al atardecer y a eso de las nueve se veía atacada de fiebre y que el médico había dictaminado que hacia esta hora, indefectiblemente, fuera a reposar…” 

  1. Fragmento de “La nariz” de Gógol:

“En marzo, el día 25, sucedió en San Petersburgo un hecho de lo más insólito. El barbero Iván Yákovlevich, domiciliado en la Avenida Voznesenski (su apellido no ha llegado hasta nosotros y ni siquiera figura en el rótulo de la barbería, donde sólo aparece un caballero con la cara enjabonada y el aviso de «También se hacen sangrías»), el barbero Iván Yákovlevich se despertó bastante temprano y notó que olía a pan caliente. Al incorporarse un poco en el lecho vio que su esposa, señora muy respetable y gran amante del café, estaba sacando del horno unos panecillos recién cocidos. -Hoy no tomaré café, Praskovia Osipovna -anunció Iván Yákovlevich-. Lo que sí me apetece es un panecillo caliente con cebolla.

(La verdad es que a Iván Yákovlevich le apetecían ambas cosas, pero sabía que era totalmente imposible pedir las dos a la vez, pues a Praskovia Osipovna no le gustaban nada tales caprichos.) «Que coma pan, el muy estúpido. Mejor para mí: así sobrará una taza de café», pensó la esposa. Y arrojó un panecillo sobre la mesa. Por aquello del decoro, Iván Yákovlevich endosó su frac encima del camisón de dormir, se sentó a la mesa, provisto de sal y dos cebollas, empuñó un cuchillo y se puso a cortar el panecillo con aire solemne. Cuando lo hubo cortado en dos se fijó en una de las mitades y muy sorprendido, descubrió un cuerpo blanquecino entre la miga. Iván Yákovlevich lo tanteó con cuidado, valiéndose del cuchillo, y lo palpó. ‘¡Está duro! -se dijo para sus adentros-. ¿Qué podrá ser?’” 

  1. Fragmento del cuento “Pacto con el diablo” de Juan José Arreola:

“Aunque me di prisa y llegué al cine corriendo, la película había comenzado. En el salón oscuro traté de encontrar un sitio. Quedé junto a un hombre de aspecto distinguido. –Perdone usted –le dije–, ¿no podría contarme brevemente lo que ha ocurrido en la pantalla? –Sí. Daniel Brown, a quien ve usted allí, ha hecho un pacto con el diablo. –Gracias. Ahora quiero saber las condiciones del pacto: ¿podría explicármelas? –Con mucho gusto. El diablo se compromete a proporcionar la riqueza a Daniel Brown durante siete años. Naturalmente, a cambio de su alma.

–¿Siete nomás? –El contrato puede renovarse. No hace mucho, Daniel Brown lo firmó con un poco de sangre. Yo podía completar con estos datos el argumento de la película. Eran suficientes, pero quise saber algo más. El complaciente desconocido parecía ser hombre de criterio. En tanto que Daniel Brown se embolsaba una buena cantidad de monedas de oro…” 

Cuentos fantásticos infantiles: 

  1. Fragmento del cuento “Aladino y la lámpara maravillosa”:

“Una oscuridad profunda invadió el lugar, Aladino tuvo miedo. ¿Se quedaría atrapado allí para siempre? Sin pensarlo, recogió el anillo y se lo puso en el dedo. Mientras pensaba en la forma de escaparse, distraídamente le daba vueltas y vueltas.

De repente, la cueva se llenó de una intensa luz rosada y un genio sonriente apareció.

-Soy el genio del anillo. ¿Que deseas mi señor? Aladino aturdido ante la aparición, solo acertó a balbucear:

-Quiero regresar a casa.

Instantáneamente Aladino se encontró en su casa con la vieja lámpara de aceite entre las manos. Emocionado el joven narro a su madre lo sucedido y le entregó la lámpara.

-Bueno no es una moneda de plata, pero voy a limpiarla y podremos usarla.

La está frotando, cuando de improviso otro genio aún más grande que el primero apareció.

-Soy el genio de la lámpara. ¿Que deseas? La madre de Aladino contemplando aquella extraña aparición sin atreverse a pronunciar una sola palabra.

Aladino sonriendo murmuró:

-¿Porque no una deliciosa comida acompañada de un gran postre?

Inmediatamente, aparecieron delante de ellos fuentes llenas de exquisitos manjares…” 

  1. Fragmento del cuento “Pinocho” de Carlo Collodi:

“Érase una vez, un carpintero llamado Gepetto, decidió construir un muñeco de madera, al que llamó Pinocho. Con él, consiguió no sentirse tan solo como se había sentido hasta aquel momento.

- ¡Qué bien me ha quedado!- exclamó una vez acabado de construir y de pintar-. ¡Cómo me gustaría que tuviese vida y fuese un niño de verdad!

Como había sido muy buen hombre a lo largo de la vida, y sus sentimientos eran sinceros. Un hada decidió concederle el deseo y durante la noche dio vida a Pinocho.

Al día siguiente, cuando Gepetto se dirigió a su taller, se llevó un buen susto al oír que alguien le saludaba:

- ¡Hola papá!- dijo Pinocho.

- ¿Quién habla?- preguntó Gepetto.

- Soy yo, Pinocho. ¿No me conoces? – le preguntó.

Gepetto se dirigió al muñeco.

- ¿Eres tú? ¡Parece que estoy soñando, por fin tengo un hijo!” 

  1. Fragmento del cuento “El patito feo” de Cristian Andersen:

“¡Qué lindos eran los días de verano! ¡Qué agradable resultaba pasear por el campo y ver el trigo amarillo, la verde avena y las parvas de heno apilado en las llanuras! Sobre sus largas patas rojas iba la cigüeña junto a algunos flamencos, que se paraban un rato sobre cada pata. Sí, era realmente encantador estar en el campo. Bañada de sol se alzaba allí una vieja mansión solariega a la que rodeaba un profundo foso; desde sus paredes hasta el borde del agua crecían unas plantas de hojas gigantescas, las mayores de las cuales eran lo suficientemente grandes para que un niño pequeño pudiese pararse debajo de ellas. Aquel lugar resultaba tan enmarañado y agreste como el más denso de los bosques, y era allí donde cierta pata había hecho su nido. Ya era tiempo de sobra para que naciesen los patitos, pero se demoraban tanto, que la mamá comenzaba a perder la paciencia, pues casi nadie venía a visitarla. Al fin los huevos se abrieron uno tras otro.

 ‘¡Pip, pip!’, decían los patitos conforme iban asomando sus cabezas a través del cascarón.

-¡Cuac, cuac! -dijo la mamá pata, y todos los patitos se apresuraron a salir tan rápido como pudieron, dedicándose enseguida a escudriñar entre las verdes hojas. La mamá los dejó hacer, pues el verde es muy bueno para los ojos…” 

  1. Fragmento del cuento “La bella durmiente”:

“…El rey le hizo poner un cubierto, pero no había forma de darle un estuche de oro macizo como a las otras, pues sólo se habían mandado a hacer siete, para las siete hadas. La vieja creyó que la despreciaban y murmuró entre dientes algunas amenazas. Una de las hadas jóvenes que se hallaba cerca la escuchó y pensando que pudiera hacerle algún don enojoso a la princesita, fue, apenas se levantaron de la mesa, a esconderse tras la cortina, a fin de hablar la última y poder así reparar en lo posible el mal que la vieja hubiese hecho. Entretanto, las hadas comenzaron a conceder sus dones a la princesita. La primera le otorgó el don de ser la persona más bella del mundo, la siguiente el de tener el alma de un ángel, la tercera el de poseer una gracia admirable en todo lo que hiciera, la cuarta el de bailar a las mil maravillas, la quinta el de cantar como un ruiseñor, y la sexta el de tocar toda clase de instrumentos musicales a la perfección. Llegado el turno de la vieja hada, ésta dijo, meneando la cabeza, más por despecho que por vejez, que la princesa se pincharía la mano con un huso, lo que le causaría la muerte…” 

  1. Fragmento del cuento “La cenicienta”:

“…—Ve al jardín y tráeme un zapallo.

Cenicienta fue en el acto a coger el mejor que encontró y lo llevó a su madrina, sin poder adivinar cómo este zapallo podría hacerla ir al baile. Su madrina lo vació y dejándole solamente la cáscara, lo tocó con su varita mágica e instantáneamente el zapallo se convirtió en un bello carruaje todo dorado.

En seguida miró dentro de la ratonera donde encontró seis ratas vivas. Le dijo a Cenicienta que levantara un poco la puerta de la trampa, y a cada rata que salía le daba un golpe con la varita, y la rata quedaba automáticamente transformada en un brioso caballo; lo que hizo un tiro de seis caballos de un hermoso color gris ratón. Como no encontraba con qué hacer un cochero: —Voy a ver, dijo Cenicienta, si hay algún ratón en la trampa, para hacer un cochero.

—Tienes razón, dijo su madrina, anda a ver. Cenicienta le llevó la trampa donde había tres ratones gordos. El hada eligió uno por su imponente barba, y habiéndolo tocado quedó convertido en un cochero gordo con un precioso bigote…”

Autor: Redacción ejemplosde.com, año 2021

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